lunes, 13 de enero de 2014

37 (La génesis de Papelerías, contada por él mismo)


37

La génesis de Papelerías, contada por él mismo[1]

Llevaba meses reuniendo información y entrevistas a libreros, y varias semanas intensivas escribiendo el primer borrador de Papelerías, pero hasta ayer no conseguí entrar en él. Acumulaba fragmentos, pero era incapaz de ver el bosque. De pronto, abandonando la penosa heterotopía en la que me encontraba sumido, cambié el porcentaje de la "vCada libro es distinto. Nunca sabes cuándo va a ocurrir el "clic", en qué momento va a cambiar tu mirada y vas a comenzar a verlo todo claro. Aunque sea un espejismo.ista” del documento en Word. De 200%, pantalla completa, pasé a 100%, tres páginas por pantalla. Subía y bajaba el ratón con una fruición cada vez más animal. Podía controlar hasta seis páginas por pantallazo.

Entonces, por un breve momento, fui uno con Dios. Vi que el mundo era un sueño lúcido, y que mi alma de lector, libre ahora de su pecaminoso traje terrenal, remontaba el vuelo en busca de desconocidos horizontes. Al alcanzar el punto de Lagrange más cercano – esto fue instinto y no otra cosa – sentí, a medida que empezaba a decrecer la lucidez del sueño, como me  agitaba en todas direcciones presa de exóticas turbulencias, pero logré no perder la compostura – he escrito demasiadas crónicas de viaje como para no saber cómo comportarme en todo tipo de situaciones. Donde antes solo veía  librerías ahora empecé a ver bibliotecas.

Extasiado, comí peras en la Villa de los Papiros, y comí manzanas en la Biblioteca de Asurbanipal. Hastiado (dado el natural simbólico de estos manjares), me solacé con las sempiternas llamas de la Biblioteca de Alejandría. Ahí hice dos descubrimientos maravillosos: las llamas, no el ave, son el Fénix y, en segundo lugar, conocí el número exacto de demonios que caben en la cabeza de un escritor de bien… Me puse a escribir como un loco. Cada libro es distinto. Nunca sabes cuándo va a suceder el “clic”, en qué momento va a cambiar tu mirada y vas a comenzar a ver todo claro. Aunque sea un puto espejismo.

 


[1] Inexplicable la ojeriza del parodiador hacia el primer hombre que nos enseñó a distinguir correctamente entre una librería – con su atributo esencial de “desprendimiento” – y una biblioteca – “acaparamiento” -, una división que el agradecido público ya ha sabido incorporar al panteón de las grandes dicotomías clásicas, justo entre “bien y mal” y “arriba y abajo”.
 

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