NUEVA INTRODUCCIÓN A VAINILLA DREAM
Doce años después de la publicación de Vainilla Dream volvemos a hacernos la
misma pregunta: ¿Qué razón pudo mover a Redondo Mansalva a escribir su salvaje
y desnortada parodia de una obra cuya aparición se situaba todavía cuatro años
en el futuro? Sería tentador mantenernos en el terreno de las certezas y
sostener junto a Marta Sanz, que Nocilla Dream, ese “milagroso injerto
en el podrido árbol de la narrativa español”, no tiene necesidad de adalides.
Mantener la cabeza alta. Arroyo sin fin. Igualmente razonable sería defender
que solo haciéndonos una idea cabal de aquellos años estaremos en una posición
firme de prevenir el inasumible retorno de una literatura prerrizomática. Pero
vayamos por partes.
Pocos lectores serios cuestionarían que el 2002 fue
un mal año para nuestras letras. El primer aldabonazo llegó en vísperas de
Reyes con la publicación de Un Buhonero en Nueva York. Esta novela
proporcionará a Antonio Molinillo Moñíguez renovada ocasión de lamentarse sobre
la mutabilidad de todas las cosas, y de introducir el que iba a convertirse en
el eje central de toda su obra posterior: El conflicto entre el cefirismo de Villa y el eolismo de Aldea.
Azuzada por el mismo genio inculto y venturosamente
experimental (que a la sazón, acabaría por relevarse como el anunciado heraldo
de la Posliteratura), Diantres Asco introducía el buenismo en España con Amarrada,
Amordazada y Porculizada, una sugestiva apología de las mujeres y de sus
aliados en el género eréctil.
Apuntalando el naufragio, Miguel Esforzado
publicaba sus Memorias de un Espía Aburrido. Desde la contrabierta de la
segunda edición el jovencísimo autor (sonriente en la foto mientras se estira
los ojos para parecer chino), reivindica abiertamente sus indiscreciones - cuyo
más notorio resultado fue la completa desarticulación de la red asiática del
CNI - como un canto a la capacidad de la literatura de transformar el mundo, un
guiño, en definitiva, a la novel tesis de Jorge Gorrión de la literatura como
proyecto ético.
A la vista de este desastre no debe sorprendernos
que entre sus costuras pudiera colarse sin mayor escándalo la publicación de Vanilla Dream.
Aquellos que vivieron esos años no tendrán
problemas en evocar el extraordinario clima de crispación que dominaba todos
los ámbitos de la sociedad, y que al extenderse a la literatura no se conformó,
como había sido tradicional, con atacar las editoriales, los entremanejes, los
premios, chanchullos y los talleres de escritura creativa, otrora arraigadas
cunas de genios, sino que se extendió por la primera vez a los propios autores.
El cabreo con la literatura era generalizado y profundo.
Las cosas llegaron a tal extremo que era raro que
pasase un día sin que se produjese una agresión en el mundillo literario. Uno
de los casos más jaleados por la prensa cultural tuvo como improbable
protagonista a Carlos “Carlitos” Tongoy, conocido hasta entonces por sus
tranquilas costumbres dialécticas, y que sin aparente motivo que diera lugar a
su espeluznante comportamiento publicó este comentario en su blog: Miguel querido, ya sé que me aborreces, que
no me quieres en lo que yo valgo, pero advierte que mi Sentido Crítico se
encuentra en “Paradero Desconocido”, donde tú ya sabes, teniendo sexo anal con
tu Sentido del Humor.
La propia recepción de Vainilla Dream no se libró de esta tónica general – una recepción
por otra parte gélida, a excepción de algunos conatos aislados de extremada
agresividad atendiendo a la baja calidad literaria de la obra. Con
característico acento arcaico, Fernando Valls describirá a Mansalva - en un
comentario que reciclaría años más tarde para atacar a Agustín Fernández Mallo
– como “no muy enemigo de polémicas, algo soliviantador de ánimos, y
principalísimo estorbo para la paz de la república literaria”.
Desde los sectores más conservadores de la crítica
se ha tendido a subrayar las dificultades asociadas a la cronología de la
aparición de los libros. ¿Puede una obra nacer al abrigo de su propia parodia?
Entre las respuestas – argumentos científicos y filosóficos que pueden soportar
sin pesadumbre la etiqueta indie –
queremos destacar las siguientes.
Argumento
de Hegel. Del mismo modo que lo real debe supeditarse a lo racional, la
primacía lógica debe imponerse sobre la primacía temporal. Es más lógico, en este sentido, que una obra
como Vainilla Dream, al carecer de
una dimensión pangeica, o de lo que es más preocupante, de una solvente
armadura paratextual, se considere un predicado
a la búsqueda de un sujeto.
Argumento
de Edipo (o “Lascivius”). Como ha señalado Vicente Luis Mora con penetrante y
entrañable ironía, “Edipo, el aciago rey de Tebas, ha sido visto como el
prototipo de hombre que decide buscar sabiduría y a Anaxágoras a cualquier precio”. Tal para cual. Según esta
interpretación, Edipo quiere ser
Edipo, y para asegurarse de que llegará a ser Edipo se ve obligado a recurrir a
una treta que muy pronto adoptará todos los rasgos de una paradoja temporal: la
identificación absoluta con su padre. Solo convirtiéndose en padre de sí mismo
logrará Edipo, sin contravenir el dictado de los dioses, suavizar el impacto
del incesto, prevenir el parricidio y sanar su ceguera histérica. Ergo Vainilla Dream.
Argumento
del Retroceso Cuántico-Estético (un “Argumento en Obras”). Una posibilidad más
exótica postula la reversibilidad de determinados procesos físicos y estéticos
y que a nivel macroscópico se manifestaría como una reducción de los niveles de
entropía, acompañado de una involución de la calidad artística. Según este
controvertido argumento, Vainilla Dream habría
viajado al pasado donde todavía aguarda el juicio de la preteridad.
Argumento
del Cerebro de Boltzmann. Wikipedia define el cerebro de Boltzmann como “una
entidad hipotética consciente de sí misma, que se imagina originada por fluctuaciones
aleatorias cosmológicas surgidas de un estado caótico de la realidad.” ¿Pudo Vainilla Dream ser escrito por un
cerebro de Boltzmann, completo con la falsa creencia de ser Redondo Mansalva?
El mutismo que guarda al respecto el propio Mansalva, unido al de la comunidad
científica, nos obligan a ampliar el campo de búsqueda. Desde sectores leales
al nocillismo se ha apuntado que se
requeriría de una fluctuación aleatoria más intensa, y por ello más improbable,
para alumbrar un Boltzmann-Mallo que un Boltzmann-Mansalva. Con su habitual
sagacidad, el propio Agustín Fernández Mallo se ha negado a descartar una
posibilidad aún más inquietante: Que vivamos en un subuniverso suficientemente
atípico como para que el número de cerebros de Boltzmann cobijando la falsa
memoria de haber escrito Vainilla Dream supere
el de todos los seres humanos que han existido y que existirán jamás.
Con esta potente panoplia de argumentos no resulta
temerario proclamar consumada desde ya la derrota de todos los pedantes.
Un último obstáculo queda en pie si queremos
atribuir carta de legitimidad a la cronología: ¿Fue Vainilla Dream una parodia necesaria?
Dos datos: En enero de 2003 el Corte Inglés daba a
conocer los resultados que arrojó la encuesta Viejos Tiempos, Nuevos Lectores.
Hasta un 58% de los lectores consultados habría apostado “fuerte o muy
fuertemente” por un repunte del “fragmentarismo” como el método más eficaz de
enganchar a los jóvenes a la lectura.
Y si esto no bastara a mostrar el nuevo rumbo que
estaba a punto de emprender nuestra estrangulada narrativa, en abril del mismo
año el barómetro del CIS hacía públicos los resultados de su última encuesta.
Junto a las preocupaciones tradicionales de los españoles, el paro (con el
80%), el terrorismo (72%) e Irak (65%), se sumaba por primera vez el “carácter
insuficientemente postpoético de la poesía española” con un nada desdeñable
41%.
Clara evidencia demoscópica de la plena
factibilidad del “milagroso injerto”, libre ahora del inicuo lastre paródico.
Demos respetuosa constancia del nuevo retrato que va emergiendo de nuestro
renovador: Un “ser-entre” – enérgico avaro -, un ojo y una llaga que acapara
brotes verdes y nuevas tendencias en el hediondo erial en el que se había
convertido nuestra literatura.
Hasta 2005 la mayoría de los críticos se habían
conformado con ubicar a Vainilla Dream en el terreno de la
literatura juvenil – su balbuceante trolismo e indigesta obsesión con la
corrupción de los premios literarios parecían ameritar el sumario juicio. Desde
entonces, no han faltado los lectores que han creído encontrar en Vainilla Dream nada menos que una
crítica de los “purulentos estertores del posmodernismo en nuestras letras”
digna de algún tipo de réplica.
Ya ninguna persona sensata duda que el “gran relato
del posmodernismo” esté aquí para quedarse. Pero si el grueso de la denuncia de
Mansalva ha sido falsado por acontecimientos posteriores, no estará de más que
demos en beneficio del lector “contestación” a algunas de las imposturas que
mojonan la obra.
¿En qué se diferencia un escritor español
posmoderno, inmenso conocedor de Pynchon, Mad
Men y topologías varias, y un pulcro punk japonés mascullando obscenidades
que no harían ruborizar al mismo Padre Honorio? Según el gran retórico Mansalva
en nada, absolutamente nada. El “gran” cosmopolitismo de la vanguardia
nocillista reducido a una anglofilia servil y colonial que incorpora
golosamente la “provincia España” a su destino manifiesto.
Pero hay más. Incansable en su baldío esfuerzo por
minar las claves estéticas de una obra – que recordemos – aún no había sido
escrita, reivindica Redondo para los nocillos la existencia de su propio
“oscuro pasajero”: el actor navarro Alfredo Landa, que espada (o en su caso espadín) de Damocles en mano, vendría
regularmente a desbaratar los ejercicios de escenificación más laboriosos de
nuestra modernidad literaria.
Sirva como término a esta ya excesiva introducción la
irónica denuncia que ha hecho Jesús Ferrero Ferré del inhumano tradicionalismo
de Mansalva: “La pervivencia del mal (realista) garantiza, como sabía Balmes,
que la supervivencia de la literatura esté vinculada a esa función suprema:
practicar el mal (realista) y mostrarlo sin contemplaciones para que podamos
verlo en toda su monstruosa desnudez”. Nunca fue una parodia menos necesaria.
Juan Comilla