Despertar pensando que conozco a homófobos activos en tres bares
gay.
Despierto
en Novosibirsk, donde soy director del Instituto Murakami. Me
dispongo a dar una conferencia en la que expongo los beneficios para
la salud del glutamato de monosodio. Un oso siberiano levanta la
peluda y espeta: “Hablas muy gracioso, ¿eres andaluz?”
Despertarse
con Caraculo al pie de la cama. Caraculo fue una de las víctimas de
mi primera “limpia” de Facebook. Señalándome con ambos índices,
un pistolero desconfiado de sus propias habilidades, me revela:
Desengáñate, ya no eres Vicente, en cambio, “estás” Vicente.
Asiento de inmediato con la segunda cabeza.
Despierto
para descubrir que la clase se ha vaciado de alumnas. Un chivato me
comunica su paradero. “Están en la tamponería buscando una oveja
descarriada, una chica en realidad”. Muy avergonzado entro y una
chica muy bonita, una verdadera pintalobos me dice: “no te agobies
cari, te encuentras en una tamponería unisex”.
Despertarse
y recibir en mi saloncito rojo a mi hijo, un anciano de 67 años que
me explica alborozado sus antiguas relaciones con Maria K. Miras en
dirección a la cocina y descubres el Atacama. “Algún día este
estercolero será tuyo. Tu cuerpo es un templo al que un día vendrán
a rendir culto los gusanos más jugosos”.
Despertar
tras soñar con el Mal de Pangea. Sin poder impedirlo reseñas la más
reciente antología de cuento como si estuvieras describiendo un
patio cordobés: enrejado lírico en el macetario de Eloy Tizón.
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