47
Transcripción de la partida, en notación algebraica, jugada ente el “Gran Turco” y Napoleón en 1809. Napoleón juega con blancas[1]. (1)
- e4 e5
- Qf3 Nc6
- Bc4 Nf6
- Ne2 Bc5
- a3 d6
- O-O Bg4
- Qd3 Nh5
- h3 Bxe2
- Qxe2 Nf4
- Qe1 Nd4
- Bb3 Nxh3+
- Kh2 Qh4
- g3 Nf3+
- Kg2 Nxe1+
- Rxe1 Qg4
- d3 Bxf2
- Rh1 Qxg3+
- Kf1 Bd4
- Ke2 Qg2+
- Kd1 Qxh1+
- Kd2 Qg2+
- Ke1 Ng1
- Nc3 Bxc3+
- bxc3 Qe2# 0–1
[1] Esta irrespetuosa transcripción de la derrota napoleónica
destila todo el encanto poético de una colitis aguda en una noche de bodas.
Pero si la animadversión de Mansalva contra los grandes hombres, sean estos
filósofos, poetas postpoéticos, o un notorio campeón de la Libertad como
Napoleón, nos es de sobra conocida, no estará de más que centremos nuestra
atención en una pieza clave de su estrategia paródica: el enano. Según un
cronista contemporáneo “el Turco” habría sido una “farsa que simulaba ser un autómata
que jugaba al ajedrez. Fue construido y
revelado por Wolfgang von Kempelen en 1769. La cabina tenía puertas que una vez
abiertas mostraban un mecanismo de relojería. Sin embargo, la cabina era una
ilusión óptica bien planteada que permitía a un pequeño maestro del ajedrez
esconderse en su interior y operar el maniquí”.
El enano se erigiría de este modo, en el
instrumento elegido por Mansalva para privar a la derrota de Napoleón de todo
vestigio de dignidad.
La elección del enano nos revela a
su vez una fractura insalvable entre dos formas diametralmente opuestas de
entender el mundo.
La posición mansalviana, o realista
ingenua, podría ser resumida en estos términos: “la explicación inteligente de
todo fenómeno natural pasa por una causa inteligente”, sea ésta un espíritu, un
duende, un enano, o el mismo dios. Un ocasionalismo de consumo popular. Quizás
el ejemplo más conocido de esta tendencia en nuestra época lo constituyen los
“hombrecillos verdes” a los que los conspiranoicos pretenden atribuir los
honrados avistamientos de prototipos voladores en las inmediaciones de Roswell.
Frente a esta cornucopia de
supersticiones y prejuicios cognitivos – ya rechazados en su momento por
Napoleón – nos encontramos con la posición mallista, o posmoderna. Sin llegar a
los extremos del padre Fuente la Peña que en su Ente Dilucidado negaba la existencia de enanos, se trataría ahora
de defender un nuevo paradigma: la “unidad funcional e irreducible” entre los
diferentes actores involucrados en el funcionamiento del “Turco”; el inventor,
el maniquí y el operario agazapado en el interior. Napoleón eligió creer que no era engañado por un
enano. Haremos bien en seguir su ejemplo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario