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Sinopsis de Chirigota
Fainberg[1]
Dos granujas que sólo tienen en común la nacionalidad y que no volverán
a verse nunca mantienen un encuentro fortuito en las letrinas del aeropuerto de
Lagos.
Uno de ellos es Fernando, un profesor de ética que se dirige a Estocolmo
a dar una conferencia de Premiología Analítica[2],
a quien Antonio, ambicioso escritor que espera vuelo al Corazón de las
Tinieblas, cuenta una edificante historia que vivió en un jurado literario.
Una
novela que no tiene otro público que todos aquellos que aún creen en Melchor,
Gaspar y Baltasar.
[1] Chirigota Fainberg ya había sido descrita con toda la sutileza y destreza verbal a la que nos
tiene acostumbrados nuestro “genial” parodiador como “emboinada y cejijunta…
Molinillo Moñíguez ha vuelto a hacer las delicias del casino de su pueblo con
esta comedia inequívocamente urbana… escrita bajo el signo del arado…”
[2] Entre las numerosas
contribuciones realizadas por Fernando Savater al desarrollo de la Premiología
en nuestro país no queremos omitir hacer mención de las siguientes: Ética para un Chorizo, en la que el filósofo,
tras arremeter contra el espíritu adolescente y voluntarista del Mayo de 1968
(“Sed realistas, exigid lo imposible”) defiende la Corrupción en el ámbito
editorial como una ”meritocracia a regañadientes” sustentado por los frágiles
equilibrios de la Transición; Epístola de
Séneca a los Corruptos, donde recalca la importancia de no escandalizar al
pueblo llano con inoportunas declaraciones hechas para servir un moralismo
huero y poco solidario. “En esta vida…”, señala el intelectual con típica
picardía volteriana, “se puede ser cualquier cosa excepto un coñazo, consérvate
corrupto”; en Amaños, Apaños y Engaños,
¿Dónde está el Daño? el eminente catedrático del Bien desguaza las
inconsistencias lógicas más habituales en los argumentos anti Corrupción (“No
podemos hablar abiertamente de lo que no podemos hablar abiertamente sin
incurrir en algún tipo de contradicción”); Miscelánea
Quinqui, escrita en colaboración con Diantres Asco, es la obra que ayudará
a establecer la Premiología como una disciplina independiente. En ella se
presenta una lectura rawlsiana de la Corrupción en el mundillo editorial que
tiene como colofón la “necesidad de mantener el velo de ignorancia del lector
en permanente estado de alerta”; y finalmente, la monumental Ética del Olvido, con su impagable
rapapolvo a la moral kantiana (“los imperativos categóricos, en la Iglesia”).
“Si hemos de lograr el objetivo de la reconciliación nacional”, nos advierte el
Pitágoras español, “debemos olvidarnos no solo de lo sucedido, sino de lo que
sucede y aun de lo que va a suceder. Solo así podrá nuestro olvido calificarse
de perfecto”.
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