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LA NACIÓN 12/05/1989
Molinillo Moñíguez acepta el premio Pretoria
criticando ‘los estereotipos’
“Piden el boicot para Sudáfrica en su conjunto,
como país, y sostienen que si yo acepto la invitación, eso implica que apruebo
la política del Gobierno sudafricano hacia los negros; todo esto me parece
desmedido y, como estilista, me está afectando un montón: incluso he recibido mensajes
críticos – todos de un cariz ruin y desagradable, tan propio de todos ellos -
hacia mí y mi mujer, esto es increíble”. Tras la satisfacción inicial por el
reconocimiento recibido, el Premio de Literatura Pretoria le está costando un
disgusto personal a Antonio Molinillo Moñíguez.
Ayer, numerosos intelectuales pedían por carta
al autor de Chirigota Fainberg y miembro de la RAE que cancelara su
próximo viaje a Sudáfrica con motivo de la aceptación del galardón, que le fue
concedido en enero por la Feria Internacional del Libro de Pretoria.
Según ellos, la presencia de Molinillo Moñíguez
en el acto de entrega del premio constituiría un aval a la política del
Gobierno sudafricano en relación al apartheid.
Antonio Molinillo Moñíguez, en conversación
telefónica desde Palencia, donde imparte clases en la Famous Palencia
International University, ha confirmado a LA NACIÓN que el próximo domingo
estará en Pretoria para recoger el premio de las blancas manos del presidente sudafricano,
FW Botha, conocido por su voluntad aperturista y que recientemente ha mostrado
su disposición a entrevistarse con el terrorista convicto Nelson Mandela.
“La comunidad blanca sudafricana es muy plural –
sirva como muestra las dos Guerras de los Bóeres. Sudáfrica es un país diverso
donde, que yo sepa, de la misma forma que hay gente muy reaccionaria y racista,
hay mucha gente muy crítica con el apartheid. Es un lugar donde se da un debate
cultural y político intensísimo”, ha comentado Molinillo Moñíguez.
“En cualquier caso, explicar
por qué acepto un premio me parece una descortesía hacia quienes
han tenido la generosidad de concedérmelo.
No acepto ni he aceptado nunca las simplificaciones
y los estereotipos sobre Sudáfrica que se difunden con tanto éxito en Europa, y
particularmente en España, donde tan amigos somos de las diatribas binarias:
blanco o negro, bueno y mano, derecha e izquierda, etc.”
“Incluso a veces no viene mal, aparte de convertir
a los sudafricanos en un bloque compacto y malvado, confundir sudafricano y negro.
Al fin y al cabo estamos en un país donde hay pocos negros y donde los pocos
que hay procuran no hacerse muy visibles, y donde la ignorancia, aun la que
carece de mala intención, puede ser alarmante. Más de una vez, en Nueva York,
un visitante de España me ha preguntado cómo se va a “la calle de los negros”.
Se refieren a ese tramo de Harlem donde se trapichea con droga con el relativo
beneplácito de la policía. Mi mujer o yo les explicamos que casi todas las
calles, más o menos, son calles de los negros, porque Nueva York está llena de
ellos, y que casi en todas es posible adquirir el nefasto repertorio de
potenciadores vitales, pero que a la mayor parte no se les nota, igual que a
los españoles no suele notársenos. Pero para mucha gente en España un negro es
un pandillero con gorra de beisbol y chándal fluorescente, pistola y los
suficientes accesorios áuricos para armar un segundo sol. Pero la realidad es
mucho más compleja”.
“A veces, casi siempre contra su voluntad, un escritor
puede convertirse en un símbolo, incluso un síntoma: el canario en la mina que
sin proponérselo advierte a otros de la cercanía de una crisis política, pero
yo no pienso ir a Sudáfrica a criticar la segregación racial o dispensar una
pócima democrática”, ha apostillado el popular autor cómico.
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