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“Si Lou Reed ha muerto,
todo está permitido”.
Quienes frecuentan el Rastro, las almonedas o los
mercadillos saben que la realidad gusta de componer caprichos inauditos. Una
simple búsqueda en google me revela que el libro en cuestión (cuyo título, El
incandescente regalo, se completa con todo lo que sigue, inquietante:
"Una historia tradicional, y a la postre liberadora, de ninfómanas, negros
superdotados y rubias tragasables”), atrajo en su momento esta caprichosa
homilía de Miguel Espigado: “Cada obra suya tendrá que rendir cuentas ante sus
propias reivindicaciones, que van más allá de una típica labor crítica, y casi
forman un imaginario, una metaficción sobre una literatura posible”.
El nombre del autor es un tal Manolo de las Niñas, apenas
recordado hoy excepto por este curioso ripio: De entre las fanegas le vi salir con ojos ambos/ Escriturando
autógrafos ibas, a zurdos y entrambos. Ya en Ask Jeeves de las Niñas se nos
revela como un “prostático poeta, imbuido de los turbios ideales del lacanismo,
y dotado siempre de una exquisita educación sentimental”.
A raíz de la publicación de El incandescente regalo Manolo de las Niñas habría sido acreditado
con “una intención claramente pedagógica… la importancia de inculcar a la
sección femenina de nuestra sociedad o, por no sustraernos del prestigioso arcaísmo
de una época más políticamente correcta que la actual, a las personas
visibilizadas como mujeres, de inculcar, decía, un poderoso e irrevocable
complejo de Garganta Profunda”.
En el lado negativo de las Niñas ha sido acusado de
promover “la donosa sumisión de una entera generación de mujeres a los
tejemanejes retóricos de la ironía posfeminista… abocadas a sobrellevar un
guion vital para ellas, pero no de ellas”.
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