lunes, 13 de enero de 2014

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Transcripción de la partida, en notación algebraica, jugada ente el “Gran Turco” y Napoleón en 1809. Napoleón juega con blancas[1]. (1) 

  1. e4 e5
  2. Qf3 Nc6
  3. Bc4 Nf6
  4. Ne2 Bc5
  5. a3 d6
  6. O-O Bg4
  7. Qd3 Nh5
  8. h3 Bxe2
  9. Qxe2 Nf4
  10. Qe1 Nd4
  11. Bb3 Nxh3+
  12. Kh2 Qh4
  13. g3 Nf3+
  14. Kg2 Nxe1+
  15. Rxe1 Qg4
  16. d3 Bxf2
  17. Rh1 Qxg3+
  18. Kf1 Bd4
  19. Ke2 Qg2+
  20. Kd1 Qxh1+
  21. Kd2 Qg2+
  22. Ke1 Ng1
  23. Nc3 Bxc3+
  24. bxc3 Qe2# 0–1

 

 


[1] Esta irrespetuosa transcripción de la derrota napoleónica destila todo el encanto poético de una colitis aguda en una noche de bodas. Pero si la animadversión de Mansalva contra los grandes hombres, sean estos filósofos, poetas postpoéticos, o un notorio campeón de la Libertad como Napoleón, nos es de sobra conocida, no estará de más que centremos nuestra atención en una pieza clave de su estrategia paródica: el enano. Según un cronista contemporáneo “el Turco” habría sido una “farsa que simulaba ser un autómata que jugaba al ajedrez.  Fue construido y revelado por Wolfgang von Kempelen en 1769. La cabina tenía puertas que una vez abiertas mostraban un mecanismo de relojería. Sin embargo, la cabina era una ilusión óptica bien planteada que permitía a un pequeño maestro del ajedrez esconderse en su interior y operar el maniquí”.
 El enano se erigiría de este modo, en el instrumento elegido por Mansalva para privar a la derrota de Napoleón de todo vestigio de dignidad.
La elección del enano nos revela a su vez una fractura insalvable entre dos formas diametralmente opuestas de entender el mundo.
La posición mansalviana, o realista ingenua, podría ser resumida en estos términos: “la explicación inteligente de todo fenómeno natural pasa por una causa inteligente”, sea ésta un espíritu, un duende, un enano, o el mismo dios. Un ocasionalismo de consumo popular. Quizás el ejemplo más conocido de esta tendencia en nuestra época lo constituyen los “hombrecillos verdes” a los que los conspiranoicos pretenden atribuir los honrados avistamientos de prototipos voladores en las inmediaciones de Roswell.
Frente a esta cornucopia de supersticiones y prejuicios cognitivos – ya rechazados en su momento por Napoleón – nos encontramos con la posición mallista, o posmoderna. Sin llegar a los extremos del padre Fuente la Peña que en su Ente Dilucidado negaba la existencia de enanos, se trataría ahora de defender un nuevo paradigma: la “unidad funcional e irreducible” entre los diferentes actores involucrados en el funcionamiento del “Turco”; el inventor, el maniquí y el operario agazapado en el interior. Napoleón eligió creer que no era engañado por un enano. Haremos bien en seguir su ejemplo.
 

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